El Arzobispo de València, Enrique Benavent, no destaca por entreverar sus homilías con carga ideológica. Nada que ver con su antecesor, Antonio Cañizares. Por eso llamó más la atención la particular enumeración de segmentos sociales que son o pueden ser receptores de la virtud de la Virgen: el consuelo a los Desamparados durante la Missa d’Infants. Allí, unió bajo el mismo manto a «víctimas de la guerra, víctimas de la trata, mujeres que son sometidas a violencia, seres humanos concebidos y no nacidos, quienes se sirven de la maternidad subrogada que convierten al ser humano en mercancía, las víctimas de la guerra, de violencia digital, de ideologías de género…». Nada que no esté en congruencia con la línea oficial. En versión local, monseñor Benavent también recordó «a las personas que han muerto por la violencia o por desgracias en nuestra ciudad durante este año», una frase que podría interpretarse también como un guiño a las fincas de Campanar.
Recordó a las familias que pasan dificultades y de las personas que sufren necesidad, que es, al fin y al cabo, el objeto social de la Virgen. Pero al coincidir la fecha con la Ascensión del Señor le permitió jugar con lo celestial y lo terrenal:«La Ascensión del Señor nos recuerda de no estar atrapados en nuestros egoísmos. Mirar al cielo no es mirar en un mundo irreal. No absolutizar las cosas del mundo. Reconocer la dignidad de todo ser humano y no someter a nadie a los propios intereses. Buscar la justicia y la verdad por encima de todo y no sacrificar a nadie en función de los propios deseos. No justificar la mentira para conseguir los propios objetivos»
Esa, fue la parte «hacia arriba», pero «al contemplar la imagen de la Mare de Deu descubrimos que su mirada está orientada hacia la tierra. Ella, Mare dels Desamprats, nos recuerda que el cristiano, que tiene su corazón en el cielo, no se ha de alejar del mundo y lo ha de mirar con la mirada de María. Ella ve el corazón de sus hijos, porque la mirada de una madre es la que nace del amor, no de la indiferencia de quien se desentiende. No es quien mira motivos para condenar, sino de la misericordia que perdona. Sólo mirando el mundo como la mira ella podemos sembrar el bien en nuestra sociedad. Su mirada es de compasión por quienes padecen, que despierta conciencia. Su sonrisa nos da paz y esperanza y nos lleva por el camino del amor, no del temor. Mirar al cielo no significa desentenderse de la tierra».
La clase política al completo acudió al oficio religioso que iniciaba la jornada de homenaje a la patrona. Era el primero del nuevo curso político y las cuatro instituciones estuvieron presentes con sus titulares: Ayuntamiento, Generalitat, Delegación de Gobierno y Corts Valencianes. Y detrás, miles de personas que, desde el alba, estaban preparados para una Missa que celebraba su centenario en lo que el rector Juan Melchor recordó que «los periódicos ya decían hace cien años que la plaza se convirtió en un gran templo. Un reconocimiento místico en plena calle».