Cuando se cumplen 24 horas del acuchillamiento mortal de José Andrés Peña, de 40 años, crimen que aún está bajo investigación y cuyos autores aún no han sido detenidos, la sangre de la víctima sigue esparcida en un reguero de gotas, goterones y borbotones a lo largo y ancho de 120 metros del puente de las Moreras que comparten peatones, ciclistas y el tranvía de la línea 10 y que enlaza la calle Eduardo Primo Yúfera, la del Oceanogràfic, con el barrio de las Moreras (la Punta) y el de Natzaret. Y no solo sigue ahí, incrustada en el suelo de madera de las escaleras y del paseo peatonal sobre el puente; también están llenas de salpicaduras las paredes laterales, las contrahuellas de los peldaños y el murete que separa el área reservada a viandantes de las vías del metro. De hecho, se aprecia en qué puntos se tambaleó, donde se apoyó en ese muro porque perdía fuerzas y donde cayó desplomado finalmente, cuando le faltaban apenas tres o cuatro metros para alcanzar la escalera de bajada.

La zona sigue igual tras el levantamiento del cuerpo

Así, nadie ha enviado al servicio de limpieza municipal, por lo que el macabro escenario sigue tal como se quedó tras el levantamiento del cuerpo ordenado por el juez a las once de la noche del martes. Solo algo de arena de la que suelen utilizar los bomberos cubre, y no del todo, el charco de sangre seca en el lugar donde cayó desplomada la víctima. Incluso se ve la sangre que dejó su mano izquierda sobre el último barrote de la barandilla.

Por no quitar, ni siquiera han quitado la cinta de precinto con el logo de Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana (FGV) colocada en el tramo de escalera de que recae sobre el barrio de las Moreras. Para los más morbosos, incluso quedan restos de gasas y plásticos de los envases de las jeringuillas utilizadas por los sanitarios que trataron, en vano, de auxiliar a José Andrés Peña.

Testimonio de viandantes

“Si hubiera sido en la calle Colón, esto estaría limpio desde el martes por la noche”, se lamenta una mujer que ha de pasar por ese puente peatonal cada día. No es la única, el trasiego de viandantes y de ciclistas es constante. Por pudor, intentan sortear la sucesión de gotas, pero es imposible; están por todas partes. Es el testigo mudo, perfectamente visible también desde los ventanales del tranvía de la línea 10, del brutal asesinato de José Andrés.



Source link